Con la llegada de un nuevo iPhone, llegan una vez más problemas de gran repercusión. Es cierto que a los medios de comunicación (incluido este mismo periodista en este mismo artículo) les encanta hablar de los fallos de Apple. Sin embargo, a veces la empresa se muestra demasiado complaciente con los medios.
Este año, ya han habido lo que podrían considerarse “gates”: las nuevas fundas de FineWoven que se rayan y manchan con demasiada facilidad; los modelos 15 Pro y 15 Pro Max que se sobrecalientan de forma alarmante; y alguien que graba un vídeo en el que intenta fotografiar uno de los nuevos teléfonos y, bueno, lo consigue.
Nada de eso es precisamente tranquilizador, pero por razones obvias (la temperatura excesiva siempre es preocupante), el problema del sobrecalentamiento está siendo, con diferencia, el que más titulares está acaparando.
No estoy aquí para argumentar que el #hotphoneouchgate no merece la atención que está recibiendo. Nadie se ha inventado un escándalo de la nada: “muy caliente” es algo que se debería decir en referencia a una sopa, no a un teléfono, e incluso la propia Apple reconoce que esto va mucho más allá del ligero aumento de las temperaturas que se espera con los dispositivos recién configurados.
Es preocupante, también, que un problema tan importante no haya surgido en las pruebas internas, al igual que nadie en Cupertino aparentemente pensó en poner una funda de FineWoven en un bolsillo con un juego de llaves. El famoso enfoque detallista de Apple parece haberse diluido en algún momento.
Pero hay otro cambio en el enfoque de la empresa que resulta mucho más agradable de ver. El primer y aún más memorable escándalo del lanzamiento del iPhone fue el Antennagate en 2010, cuando el nuevo diseño del iPhone 4 hizo que la recepción se redujera cuando se sostenía de una manera en concreto.
Seamos claros, es un fallo garrafal e impropio de un teléfono. Pero Steve Jobs, que dirigía la empresa en ese momento, fue ofensivamente despectivo cuando un cliente se quejó de ello. “Evita sostenerlo así”, escribió, dando toda la impresión de estarse riendo y poniendo los ojos en blanco mientras tecleaba.
Lo curioso es que, varios años después, salió a la luz que Jobs no estaba siendo para nada despectivo. De hecho, se dice que estaba tan afectado que lloró. Pero la respuesta pública oficial de la empresa fue restarle importancia a la gravedad del problema y esperar que desapareciera…, cosa que obviamente no ocurrió.
Tal vez por eso las cosas han cambiado. Porque por muy preocupante que #toohottohandlegate puede ser en lo que dice sobre el control de calidad actual en Cupertino, es difícil negar que la respuesta de la compañía ha sido un poco ejemplar.
Reconoció que el problema era real, y proporcionó detalles sobre los elementos de hardware y software que estaban y no estaban relacionados, incluyendo las aplicaciones de terceros que los usuarios deberían dejar de usar hasta la posible llegada de actualizaciones (algo que puso presión sobre los fabricantes de aplicaciones para liberarlas).
Finalmente, Apple publicó una actualización de iOS 17 que resolvió el problema definitivamente.
Obviamente, hubo cierto grado de autoprotección en las declaraciones públicas, incluido un atómico revés a un experto que afirmaba que los teléfonos tendrían que ralentizarse para solucionar el problema.
Pero, en conjunto, fue un ejemplo de cómo queremos que las empresas gestionen este tipo de situaciones.
Artículo original publicado en la edición en inglés de Macworld.com.